¿Cómo ves la situación actual de la comarca?
La línea principal es el incremento de la población inmigrante. Pero inmigrantes que están cubriendo los sectores donde más se les necesita, como son los cuidados y los servicios. Es ahí donde están, y sobre todo, en este tiempo, ha llegado muchísima gente de Centroamérica, principalmente mujeres, que están cumpliendo labores de cuidados con más contras que pros, pero ahí están, sacando la vida adelante.
Eso por una parte. Por otra, sigo viendo que no hay una verdadera integración social entre las personas inmigrantes y las locales. Hay una realidad muy clara: los inmigrantes han venido a cumplir trabajos subalternos, y por lo tanto, socialmente son vistos como “menos”. Existe esta percepción.
Tienes un sector de personas extraordinarias, libres, pensadoras, progresistas, que apoyan y luchan por causas de personas inmigrantes. Pero una gran mayoría muestra una indiferencia total. Todo el mundo vive su día a día, hasta que estalla una crisis, y entonces los culpables de esa crisis —la falta de trabajo, por ejemplo— somos los inmigrantes.
La mayor presencia de alumnado de origen inmigrante en los centros educativos también es un problema muy grande, porque la educación no está cumpliendo con su objetivo de desarrollo humano.
Ves que las segundas y terceras generaciones están ocupando exactamente los mismos espacios que los padres. El primer grupo es el del sacrificio, el que hace lo que sea para que sus hijos se eduquen y salgan adelante. Pero aquí lo que ves es que, lamentablemente —y no es un problema del euskera, sino de las políticas lingüísticas—, el alumnado aprende un euskera coloquial. Uno que puede usar durante 20 años para hablar, pero que no le sirve para aprender a fondo, para resolver problemas.
Ese conocimiento tan básico no es suficiente, y como no comprenden bien el idioma, tampoco pueden escribirlo. Y eso te relega a grados medios. Sin quitarle mérito a esos estudios, claro, pero... ¿qué pasa con un niño que soñaba con ser doctor o ingeniero de la NASA? ¿Dónde queda ese sueño? Los sueños también se ven limitados por la diferencia entre ser nativo o ser extranjero. Y no hablo solo de extranjeros sin papeles, porque quienes ya tenemos nacionalidad también sufrimos lo mismo.
¿Cuáles son los principales retos que existen en la comarca?
Estando en una reserva, existe una falta de conciencia, o más bien de coherencia. Formación ambiental hay, a nivel teórico, sobre lo que implica tu vaso de plástico, por ejemplo. Pero luego llega una fiesta, y se pierde todo. Botellas, vasos, plásticos por el suelo... Se pierde la consideración por el entorno.
No importa la inversión que ha hecho el dueño del bar. Hay fiesta y se acaba la lógica del “amo mi ecosistema”. Eso afecta al medio ambiente, y habría que trabajar mucho más esa conciencia, pero no desde el discurso, sino desde los actos coherentes.
Hace falta un trabajo serio en integración social, pero eso choca con la idiosincrasia local. Las cuadrillas, por ejemplo, son impenetrables, incluso para la propia gente vasca. No es que sea discriminación hacia personas inmigrantes, es que ni los de aquí pueden cambiar de cuadrilla. Entonces, si ya hay una estructura social cerrada, imagina lo que significa para los inmigrantes.
Estamos aquí, tolerados. Pero en cuanto se dé el primer conflicto o injusticia entre sectores, esto va a estallar, porque no se han creado espacios de equidad en el acceso a empleos, al funcionariado... Esto también tiene raíces en la educación. Siempre vamos a estar en una escala social muy baja, y eso no permite a las nuevas generaciones tener referentes ni modelos. Solo puede generar frustración. Tengo 1300 euros para casa, comida y todo. Mientras otra persona gana 3500 haciendo lo mismo, pero siendo empleado del Estado, o porque logró una profesión. Eso crea diferencias en consumo, en pobreza, en acceso a la cultura. ¿Cómo voy a llevar a mi hijo al teatro si cuesta 60 euros una entrada? Incluso en cazuela, 12 euros. Dos personas, 24. Ya se te va el presupuesto. ¿Y con qué te quedas para comida, ropa?
Si eso no se trabaja, tarde o temprano termina en conflicto social. En lugar de ser conciudadanos, seremos personas en conflicto. Por el espacio, por el dinero, por los recursos. Nada ajeno a lo tribal.
A nivel laboral, Gernika —salvo la residencia y Maier, que son los dos centros de mayor empleo— no ha generado producción. Y eso que es un punto donde confluye gente de todas partes. Antes estaba lo de ASTRA, relacionado con las armas, pero hace décadas. ¿Qué más se ha creado desde entonces? ¿Qué puede ser productivo y rentable? ¿Dónde está el apoyo del Gobierno Vasco no solo a nivel de empresa privada, sino en proyectos que repercutan en el pueblo?
¿Qué iniciativas consideras interesantes? ¿Qué oportunidades existen en la zona que no se están aprovechando?
En principio, el recurso humano. En Gernika hay movimientos sociales muy fuertes, muy reflexivos, proactivos. Pero vivimos en un mundo cada vez más individualista y hedonista. Se pierde el sentido del sacrificio y de la intervención comunitaria.
En Gernika existe ese tejido, incluso entre la gente joven que lleva Astra. Hay un proyecto común, una necesidad de pertenecer a algo. Pero también hay muchas tensiones. Entre grupos feministas jóvenes, por ejemplo, y los más mayores. Porque los jóvenes quieren más, a veces no entienden las reivindicaciones de generaciones anteriores. Pero seguimos saliendo a la calle, seguimos luchando. Hay mucho potencial.
Los que no están dando la talla son los políticos. No responden a las necesidades ni a los cambios sociales. Y la gente no se interesa por la política porque cree que todo está bien. Como persona inmigrante, me han llamado ya dos veces desde partidos para que esté en listas municipales. Y yo siempre les pregunto: ¿qué has hecho tú por la gente inmigrante? ¿Qué necesidad has detectado? ¿Qué has planteado en todos estos años? Somos un 10% de la población. No somos invisibles. Tenemos opinión. Nos llaman para que hagamos propaganda, porque nos conoce la gente. Pero ¿para qué? ¿Qué han hecho durante los últimos 15 años? Solo aparecemos cuando hay campaña.
Mientras no se traduzca lo político en lo social, cada uno seguirá yendo en su dirección.
En este contexto, ¿qué piensas del proyecto de ampliacíon del museo Guggenheim?
Como proyecto puede parecer bonito. Pero tiene implicaciones ecológicas graves. Está ubicado en un ecosistema que el propio pueblo defendió. ¿Dónde está ahora esa coherencia? ¿Dónde está la creatividad para generar riqueza sin prostituir la naturaleza? Se busca sacar dinero para esta generación o para que el político de turno se saque la foto. Pero no se piensa en las generaciones futuras.
Hay mucho desconocimiento en la población sobre lo que implica. Se ilusionan: “Un Guggenheim, qué bonito, vamos a ser internacionales”. Pero... ¿cuánto va a beneficiar realmente a nivel laboral? ¿Cuánto va a perjudicar en el acceso a vivienda o al alquiler? Hoy estoy en una casa de alquiler, mañana me van a sacar para hospedar a turistas que pagan cinco veces más.
Sí, habrá sectores que se beneficien: hostelería, construcción... Pero ¿cuántos puestos genera un museo realmente? ¿Qué pasa con la pasarela? ¿Por dónde va a ir? Veo lo que está construido y me pregunto: ¿cómo? No soy arquitecta ni ingeniera, pero sé que sembrar cemento junto a una ría tiene implicaciones. Es ir a por el recurso fácil. “Funcionó en Bilbao, vamos a traerlo aquí y masificamos.” Pero Urdaibai no es Bilbao. Y quizás acabemos con los mismos problemas que Canarias, Ibiza o Palma de Mallorca. Gente local que se ve obligada a irse fuera porque ya no puede vivir en su propio pueblo. Empresas que compran casas, desalojan a la gente, suben precios.
¿Dónde vas a poner todos esos autobuses llenos de turistas? ¿Qué van a hacer mientras cruzan la pasarela? Igual montan su propio bar y ya está. ¿Qué le llega al resto? Nadie está pensando en las implicaciones a todos los niveles. ¿Cambio climático? ¿Subida del nivel del mar? Dentro de 30 años, eso puede desaparecer. Islas enteras ya han desaparecido. Esta reserva existe porque personas locales la defendieron. Ahora nos toca a nosotras hacer lo mismo 50 o 60 años después.
Los seres humanos somos parte de la naturaleza. Y esta idea de que con dinero todo se compra... no. No puedes comprar la regeneración ecológica. La naturaleza se regenera, pero toma tiempo. Mucho tiempo. Entonces, ¿para qué hacerle daño? Mantén lo que hay, crea otras cosas. Usa a tu gente. No hace falta un Guggenheim extraordinario. Pueden ser 70 proyectos medianos, productivos. Y si algo es más caro, que lo cubra el Gobierno Vasco. Así nos beneficiamos todas. Esto no es estar en contra del desarrollo. Pero tampoco vale buscar siempre la solución más fácil. ¿Dónde queda el respeto? ¿Dónde queda la coherencia?